La sepultura del deseo - Ramón José Ochoa Brando
La urgencia se ha convertido en una “muy
estable contingencia” como una forma para hacer vida en las ciudades de
Venezuela, particularmente durante el último año. Una estabilidad que ubica a cada parlètre en
el lugar de una elección forzada: “si te cansas, pierdes; o, si te detienes,
mueres”, empujando a los cuerpos al extremo de lo imposible.
La necesidad entra visiblemente en
escena comandando el accionar de los sujetos. Ubiquemos lo que ocurre desde la
necesidad. Un cuerpo vivo se topa con una sensación que irrumpe en su “calma”,
por lo que precisa de la especificidad de un “objeto” externo que apacigüe su
intolerable despertar. El hambre o la sed, por dar algunos ejemplos, requieren
de un objeto definitivo que tenga la cualidad de satisfacer la necesidad; lo
complejo de ello es que la búsqueda sólo es posible al hacer pasar la necesidad
por un sistema de “codificación”, pasarla por el Otro que lo lleve al estatuto
de una demanda, momento en el que aparece la universalidad de opciones para
callar al cuerpo.
Es en la demanda que se crea la ficción
de “darle al cuerpo lo que pide”, como traducción de la necesidad, donde
contingentemente el despertar intolerable quizá encuentre una forma de decir
“para esta sensación, la respuesta puede ser agua o jugo y desaparece”.
La relación entre demanda y necesidad se
torna en un juego que pasa necesariamente por la estructura del lenguaje y que
busca encontrar una forma para poder sostenerse como “una elucubración de
saber” sobre lo que precisa un cuerpo para vivir. Alcanzar tal elucubración
supone tener un cuerpo y la manera de tenerlo para el ser hablante es haciendo
uso de las palabras de las que dispone.
Un universo infinito de palabras para
intentar alojar la urgencia de un cuerpo deja al descubierto el problema con el
que se encuentra cada parlêtre. Y es que
la palabra misma es insuficiente para lograr lo que se le encomienda “darle al
cuerpo lo que pide”, por lo que es en el resto de la operación entre demanda y
necesidad, que lo enunciado desfallece y pierde su alcance: “no es agua, es
otra cosa, es…”. Así entra en escena la
dimensión del deseo, que, en su particular constitución, logra esfumarse
rápidamente cuando se le intenta capturar. “¿Qué muestra Lacan? Que el deseo no
es una función biológica; que no está coordinado a un objeto natural; que su
objeto es fantasmático. Por eso el deseo
es extravagante. Resulta inaprensible a
quien quiere dominarlo… Si bien el deseo despista, en contrapartida suscita la
invención de artificios que cumplen el papel de brújula.” (1)
Esta cualidad del deseo puede hacer las
veces de motor. Se funda en la falta, busca en el Otro lo que considera que
puede darle sentido, vehiculizando el lazo que se puede establecer de uno en
uno, rompiendo con la inercia de la soledad.
El responsabilizarse de la enunciación
del deseo no va de suyo, está envuelto en tropiezos y deja al parlêtre de la
mano de un dilema, encargarse o no de elegir su deseo, con lo que ello puede
implicar la pérdida al elegir. Y es que escurridizo, el deseo queda
insatisfecho o se vuelve imposible cuando “se escoge” entre la bolsa o la vida,
un lado de la elección lleva a perderlo todo, mientras que el otro, por el contrario,
deja abierta la posibilidad de invención de nuevos artificios.
Responsabilizarse de la invención
conlleva al parlêtre a hacerse cargo por su deseo y goce, aquel que, si bien lo
expone a no tener una bolsa en las manos, lo ubica del lado de la vida como
deseante.
El éxito del sistema imperante en
Venezuela es sepultar el deseo de sus presidiarios, sus habitantes. Es un esfuerzo
sostenido en equiparar necesidad - demanda – deseo dándole un significado
Único, un solo “objeto” como respuesta.
Este “objeto” cada cierto ciclo cambia su envoltura (de bolsa a caja, de
partido a patria, o socialismo o muerte), la oferta engañosa de un solo camino
para “elegir” la “bolsa” siempre a costa de tu deseo.
Es una lógica donde lo otorgado dadivosamente
en la forma de un carnet consigue colmar aquello de lo que sin saber se
desembarazan los parlêtres, a saber, el verdadero riesgo de la elección. Hay
que perder para obtener lo que se desea, ceder el goce de no soltar el
contenido de la bolsa, sin importar lo que exista en su interior.
Así el parlêtre se mantiene sujeto a lo
que el Amo tirano con certeza le da, bajo la ficción de una libre elección, siempre
forzada a tener el mismo resultado, porque en el fondo se es prisionero de su
propio engaño, su elección ya se ha fijado a la bolsa, sólo que en este caso no
está en las manos de un parlêtre, está en las manos de un tirano que responde
por ti.
Hacerse cargo de esa falta tan singular
es una forma de exhumar el deseo, sostenerlo es la apuesta que solo cada uno
puede lograr, es lo que llevaría a ubicarse más allá de las urgencias para
poder inventar un nuevo nudo, como un intento de respuestas menos contingentes,
porque, si bien el deseo se escabulle, nunca deja de existir incluso con los
ropajes con los que los tiranos insistan en llevarlo al sepulcro.
Referencia bibliográfica
(1) Lacan,
Jacques. El deseo y su interpretación. El Seminario 6. Paidos, Buenos Aires. 2014. Presentación del Seminario por Jacques-Alain
Miller. Contratapa.
Nota: Los
Comité Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) son una agrupación
auspiciada por el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela para hacer
llegar a la población, registrada en los listados de apoyo al partido de
gobierno, productos alimenticios. Es conocido popularmente como “Las Bolsas
CLAP”.
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