De fronterras y litorales - Patricia Tagle
¿Quién
soy yo, para hablar de migraciones, si supuestamente no he emigrado nunca?
Apenas
entonces atino a articular dos recuerdos:
El
primero, cuando pequeña y mi tía, “LA Novia”, migró a Venezuela.
Desde
entonces el significante Venezuela se inscribió para mí en la serie de mis
tempranas pérdidas, y duelos; y, a la par, en el horizonte de mis ilusiones.
Y
aún más, de LA mujer que sabría del amor.
El
segundo, como al paso, curiosamente atravesando una avenida, llevando a mi
púber hija de la mano rumbo a comprar, en la papelería del barrio, una lámina para su tarea del colegio. El
diálogo fue más o menos éste:
HIJA:
“Cuando termine el colegio me gustaría
ir a estudiar a London, sic.
MADRE:
“Me encantaría”
HIJA:
“¿Y si me gusta tanto que me quiero quedar?” ¿Y los dejo?
MADRE:
Hija linda –le dije- tú has nacido para ser ciudadana
del mundo…”
Se
trata, entonces, de dos inscripciones, y dos registros distintos de la
“pérdida” –en el medio- un movimiento subjetivo, que apenas se dibujaba en mí,
y operado por mi trabajo de análisis.
La
hija del relato no se fue a estudiar a London,
pero la despedí “sin anestesia”, y sin dolor, cuando de pronto decidió
separarse, viajar a Otra ciudad, y hacer su vida. Supe entonces, que ya no regresaría, aunque retorne; en tanto
algo se había franqueado, Una Fronterra que no es como las otras.
Migrar,
como vivir, es una “elección forzada”, siempre. Aunque se crea que no, aunque
permanezcamos en la fantasía de vivir siempre
en el mismo lugar y con la misma gente. O su reverso; el no
estar nunca en el mismo lugar ni con la misma gente. El “quid”, entonces, no es
el “dónde”, sino el “cómo”.
En
el empalme indescifrable de nuestras historias, de nuestros destinos, de
nuestros cuerpos, del asidero de nuestro deseo, nuestras marcas, y la vida
¿cómo ubicarnos en el horizonte de las migraciones?
Después
de todo “habitar” es una virtud, un acto de coraje.
Alguna
vez escribiré con piedras… dijo el poeta, -el de ustedes, el mío, el de todos...-
Con
piedra viva escribiré mi canto
en
arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente
a la soledad del horizonte,
como
un mapa que se abra ante los ojos
de
los viajeros que no regresan nunca.
Eugenio Montejo / Escrituras
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