Migraciones - Ronald Portillo




 Una pregunta que surge al presenciar el éxodo, sobre todo de jóvenes, que estremece  actualmente a Venezuela, apunta a las razones que subyacen en esta suerte de estampida  social.  

¿Qué se busca en la migración? ¿Se trata de optar por la vida frente a la certeza de una muerte segura, sea corporal o subjetiva? ¿Decidir por una vida distinta, sobre todo para la descendencia? ¿Huir de un futuro que se avizora lleno de angustia y dificultades? ¿Conseguir una mejor remuneración por el oficio que se sabe hacer?

En cualquiera de estas razones está presente, por un lado, la esperanza o la expectativa de  tener una  ganancia y, por el otro, una pérdida. Se aspira ganar, mejorar, pero a costa de  dejar, de perder algo. Las personas que emigran dejan una parte de su ser, de su  identidad, de su círculo familiar y de amigos, su patria y hasta su propia historia. El exilio no es otra cosa que dejar todo esto. Se sabe lo que se pierde pero lo que se puede lograr permanece en el registro de lo incierto.

Aparentemente, en la migración se busca otra cosa, otra vida, otro futuro, otro horizonte;  se busca al Otro, pero esta búsqueda siempre resultará un encuentro fallido. En el fondo,  en el exilio, se buscará eso de Uno que se ha perdido. La búsqueda por tanto no será tanto    del Otro sino del Uno.

A la búsqueda del Otro, que encubre la del Uno, se suma para el migrante el rechazo que  indefectiblemente va a encontrar en el país al que arriba. Se instala progresivamente  en  buena parte de los ciudadanos de cualquier país que recibe exiliados, la consabida  expresión de la xenofobia, de hostilidad y odio al extranjero. La xenofobia presenta una similitud estructural con el síntoma: un cuerpo extraño,  extranjero, que es rechazado  por quien lo alberga. La xenofobia es, componente nuclear  del racismo y la segregación, que en muchas ocasiones llegan a expresarse bajo la forma  de un odio visceral, una de las pasiones del ser que puede llegar a hacerse colectiva. 

Lacan nos devela claramente el origen del racismo y la segregación: lo insoportable del  goce del Otro. Frente al migrante se genera el rechazo a lo que pueda disfrutar, gozar. El ciudadano natural de un país rechaza el goce del Otro porque está convencido de que el  Otro, el migrante, viene a robarle, a sustraerle buena parte de su propio disfrute.  El goce del Otro del exilio es vivido como lo que viene a poner en jaque el modo de vida,  los servicios públicos, el bienestar, en una palabra: su propio goce. En última instancia, cuando se rechaza al extranjero migrante, se está rechazando al extranjero que habita en nosotros mismos. Son dos las formas esenciales de presentación de lo extranjero, lo extraño, en un sujeto: el inconsciente y el goce pulsional, respectivas dimensiones del Otro y del Uno. De la forma como cada quien, a título personal, tramite esas dos instancias, va a depender la acogida que cada sujeto pueda brindar al migrante, al extranjero que llega. Mención especial para aquellos que se vivencian como exiliados, como extranjeros, en su propio país.

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