Hipótesis alternativa: el régimen del Uno totalitario, Brasil y más allá - Gustavo Zapata
Nadie en su sano juicio duda de que el
capitán Jair Bolsonaro calza todas las insignias de un tipo de talante
totalitario, que exhibe sin pudores ni modestias todos sus prejuicios, todas
sus miserias, toda su carga de odios. También, aunque sorprenda y choque, no es
difícil anticipar que será el próximo presidente de Brasil, una de las naciones
más grandes y poderosas del planeta. No soy profeta, ni adivino, solo leo los
signos que están allí, basta con poderlos mirar desprejuiciadamente. ¿Pero no
es eso acaso lo que se espera de un psicoanalista que pretenda incidir en la
política, tal como nos lo indicó Jacques Alain Miller hace un año? ¿No es ese
un principio de nuestra praxis?
En una conversación reciente con una amiga
muy querida, colega, razonaba lo siguiente: Bolsonaro va a ganar las elecciones
porque consiguió el clivaje de la sociedad brasileña y lo ha puesto a funcionar
a su favor, ayudado generosamente por dos factores. Los extravíos de una
izquierda de vocación hegemónica y totalitaria, empantanada en las
consecuencias lamentables de su propia ética de las intenciones, según la cual
el fin justifica los medios, y la desorientación de una clase política a la que
le cuesta ver el grado de responsabilidad que tiene en el caldo de cultivo que
dio vida a Bolsonaro. Porque Bolsonaro no es un fenómeno de la naturaleza: en
el vacío dejado por la caída del orden patriarcal y la consecuente feminización
del mundo, entronizado el goce sin control, sin medida, y descentrado, retorna
la lógica falocéntrica para reinstalar su orden férreo en el desorden que se
agita en el mundo hoy. Como Chávez y ahora Maduro en Venezuela, Bolsonaro
ofrece al Brasil poner orden en los goces de todos, a condición de hacerse
tributario del goce del régimen del Uno totalitario: todos en filas apretadas,
según la fórmula certera de Guy Briole en Caracas el año pasado[i].
El régimen del Uno totalitario avanza
haciendo un uso cuidadoso del clivaje de la sociedad, degradando el lazo social
solo en la medida justa que necesita para sostenerse en el semblante
democrático de la “mayoría”. Sabe que para ello necesita eso que llaman
genéricamente “opinión pública”, y hace entonces un uso calculado y metódico de
todos los medios de los que dispone para inundarla con referencias suyas. No
importa que sean referencias negativas, estrambóticas o rocambolescas, lo que
le interesa es que su nombre esté en la primera plana. Mientras más se
esfuerzan sus adversarios en señalar sus locuras, más énfasis pone él en el
clivaje, una presión calculada que haga más presente la grieta pero sin
ampliarla, no vaya a ser que se termine de quebrar. No habla a sus adversarios,
ni a sus seguidores, habla a los adversarios de sus adversarios, les estimula
la duda, la desconfianza, la incertidumbre, acentuando sus temores frente a los
desastres que le preceden. El capitán Bolsonaro promete restaurar un orden
centrado en la ley de hierro del goce Uno, de la misma manera que el teniente
coronel Chávez prometió acabar con la corrupción del bipartidismo que le
precedió, claro, llevando a un extraordinario nivel de sofisticación la
biopolítica como forma de control, con el carnet
de la patria[ii].
Las ideologías, lo deberíamos saber, son
semblantes que el régimen del Uno totalitario no vacila en utilizar si con eso
logra sostener abierta la grieta. Izquierda, derecha, nacionalismo,
fundamentalismo, todo sirve para reinar en la división del sujeto: hacer
desaparecer el deseo y sojuzgarlo con su necesidad. Por eso, llevar el debate
al pantano de las ideologías, reducir ladinamente la discusión a neoliberalismo
versus socialismo, izquierda versus derecha, no solo es inútil, sino que
contribuye decisivamente con el objetivo hegemónico del totalitarismo. Lamentablemente
en Venezuela las instituciones y los ciudadanos entendimos tarde con qué cartas
marcadas jugaba el Uno totalitario, y no hubo ocasión de detenerlo a tiempo.
Brasil está aún a tiempo, si hace valer sus instituciones, pero sobre todo, si
hace uso de los principios republicanos ciudadanos para acotar y frenar sus
pretensiones hegemónicas. Pero para ello, es necesario desmarcarse del juego de
la división, no permitir que avance la degradación del lazo social, antes de
que ya sea demasiado tarde. Fernanda Otoni, colega de la EBP, en la
conversación Zadig Doces & Barbaros, dijo claramente: “en mi opinión,
nosotros, analistas, no tenemos otra elección que ir a la lucha con nuestras
armas y participar del movimiento político más amplio contra la ascensión de cualquier
lógica totalitaria al poder, luchando por reunir en nuestra sociedad las
condiciones para que en este mundo, vasto mundo, sea admisible el síntoma de
cada uno –lo que implica decir no a la lógica de lo absoluto.”[iii]
[i] Bitácora Lacaniana Extraordinaria. El psicoanálisis y la libertad
de la palabra.
[ii] Nicolás Maduro ha decido impulsar la utilización omnímoda y como
único documento de identidad una
invención de Chávez llamado carnet de la patria, que es básicamente un
dispositivo electrónico que servirá para el acceso a alimentos, medicinas,
documentos de identidad y todo lo que la vida moderna requiere, repuestos,
servicios, etcétera. Incluso para ejercer el derecho al voto. Todo lo que haga
una persona, quedará registrado, y servirá para controlar toda su vida.
[iii] Correio Express, EBP. https://bit.ly/2ShhEzA
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