"Ahora nos enfrentamos a febrero" - Ramón J. Ochoa Brando
La política como práctica no había sido presenciada en
Venezuela en los últimos años, al menos aquella donde la ética del bien decir
fuese la principal de las tácticas a la hora de transmitir ideas. Una política dedicada a sostenerse en y desde
las sombras, imperaba en los espacios destinados para su ejercicio, envuelta en
una idea de legalidad que no la hacía más legitima, pero si aumentaba exponencialmente
como respuesta por el lado de la desconfianza por sus interlocutores.
Y es que la política no sólo puede valerse de su desprecio
por los vínculos y quehaceres ocultos,
sino que precisa de la articulación ética entre estrategia y táctica, la que a
su vez pueda ser transmisible lo más posible.
Una posición ética que anuda lo que pudiese dar valor a esta práctica,
su insistencia al crear lazos con el otro, no desconocerlos y destruirlos.
Juan Guaidó actualmente es el presidente de la Asamblea
Nacional y cumple función como encargado del Ejecutivo Nacional desde el 23 de
enero, en una de sus más recientes presentaciones públicas inició con la frase
“ahora nos enfrentamos a febrero”, continuando con otras palabras y definiendo
los pasos a seguir durante los próximos días, pero destaco esta frase por el
estatuto de verdad que la implica. Si
bien muchos de los presentes manifestaron su entusiasmo con otras secciones del
discurso, lo expresado por Guaidó se vuelve verdadero en tanto ubica el
conflicto en un plano más real, aquel en
el que precisamente la angustia deja a merced el cuerpo con la relación que
cada uno establece con lo que entiende por tiempo.
La desesperación se hace presente en cada uno de los que
escuchan estos discursos, en la tarima y más allá de ella, por lo que cada uno
defenderá y demandará lo que la dirigencia tiene que hacer, por supuesto según dicte
su reloj o mejor dicho, su urgencia.
Establezcamos lo
siguiente, la política como práctica prescinde de esa relación, no sabe de
tiempo y quizá no quiera saberlo, por lo que en ese sentido resulta una
práctica atemporal. Ello le da el
carácter necesario para que pueda existir, pero a su vez llega a convertirse en
su más férreo enemigo.
La dimensión temporal la introduce otro actor, aquel que está
en estrecho vínculo con sus urgencias, aquellas que solo pueden existir a
condición de tener un cuerpo que las experimente, algunas veces es llamado pueblo,
ciudadano e incluso votantes, pero al
final se trata de los seres hablantes que al escuchar, reaccionan en las presentaciones públicas y
privadas.
Pero es en los cuerpos y sus urgencias donde se da esta
batalla, entre su paciencia y desesperación, espacio donde paradójicamente se
hace necesario el bien decir del quehacer
político, con una estrategia definida y tácticas claras, buscando preservar la
confianza mutua que permita reconocer al Otro, en tanto que sin el difícilmente
se pueden encontrar soluciones. Es así que
si bien hacer política es del orden de lo necesario, existen otras necesidades
que obligan a los cuerpos afectados por el tiempo a la precipitación de
acciones que llegan a convertirse en su principal enemigo.
Es la responsabilidad ética que no desconoce el despertar de
las urgencias subjetivas en aquellos a quienes se dirige la política, que actúa
sin dejar de lado lo real en juego, por ser el lugar mismo en el que reside la
esencia que sostiene los vínculos sociales, los hablantes.
La insistente maniobra previa buscaba fijar los
enfrentamientos abonando el odio hacia otros cuerpos, tanto nacionales como
internacionales. Señalar sus diferencias y acentuarlas, lograron que en los
rostros de la cólera y la indignación siempre se obtuviera un mismo resultado,
la ruptura de cualquier posibilidad de relacionarse con el mundo, socavar la
confianza en el Otro.
Entonces se puede leer que el enfrentamiento, si se quiere más
verdadero, ocurre en otra dimensión, una donde el tiempo del propio cuerpo nos lleva
a desconfiar de la posibilidad de nuevos vínculos y la consideración que
cualquier ofrecimiento de ayuda pueda terminar en una agresión, es la lógica
donde en la urgencia subjetiva solo importa la propia satisfacción, inmediata
por supuesto. Quizá lo importante de éste momento, es que apela a un hacer
distinto que desliza las fijaciones temporales y busca nuevas formas de
vincularse con lo que ha sido ajeno por mucho tiempo, a saber, las vías del
deseo. Es en la confianza que puede
existir el deseo, por lo que la política insiste en apostar a construir lazos,
más que la ruptura de los existentes y los posibles, es una maniobra que hace
surgir arreglos que no sean tan solitarios.
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