Un llamado de angustia - Betty Abadí

  


Mientras más pasan los días, más me siento en el abismo total. No hay salida para este narcogobierno que se ha instalado en nuestro país y que pareciera que no se irá muy fácilmente. Llevábamos tres meses de intensa lucha, protestando por lo que consideramos nuestros derechos, nuestra libertad ¿Qué obtuvimos a cambio? Un recrudecimiento de la violencia, una muestra persistente de donde está la fuerza bruta, donde está el poder sin control. Mientras la oposición se empeña en mantener una lucha pacífica, el gobierno, por el contrario, impone sus nuevas tácticas tomadas de los gobiernos más represivos de la historia del mundo. Podríamos semejar sus procedimientos a lo que vimos en el pasado y que cobraron muchas vidas como fueron el Holocausto de los judíos en Alemania, en la segunda guerra mundial, el genocidio a los Armenios, entre 1915 y 1932, la revolución de Mao Tse-tung entre 1949 y 1969, la matanza de Ruanda en 1964, Cuba en 1959, entre otros. Todos estos actos de genocidio fueron llevados a cabo por diferentes motivos, religiosos, en nombre de un ideal, en nombre de la instauración de un sistema de gobierno autoritario. En cada una de estas situaciones, siempre hay un grupo de personas que asumen el poder desde un ideal o una ideología que tiene como fin envolver al pueblo ingenuo, ignorante y deseoso de un Amo que logre dirigirles el proyecto de sus vida, sin mirar cuáles son las consecuencias que esto puede traer. Lo que sucede en nuestro país puede describirse como una forma deliberada de llevar al pueblo a la miseria absoluta, es una forma de poder someter al pueblo para los fines de un gobierno que está violentando nuestra libertad desde hace 18 años.

Someter, matar de hambre, no permitir el acceso a la medicina es, entre otras, una de las vías que sirven para poder establecer un sometimiento total del pueblo. Actualmente ya tenemos una población que sólo depende de la caridad de una bolsa de comida que ofrece el gobierno a precios que inclusive muchos no pueden pagar.
Retomo lo que, en un trabajo anterior, planteé sobre la violencia con base en Hannah Arendt y su obra El Origen del Totalitarismo (1951). En este trabajo, Arendt plantea que “el totalitarismo no es un tipo de sistema social, sino el resultado institucional de la degradación del espíritu, tanto colectivo como individual”. El totalitarismo surge, o puede surgir, sobre las ruinas del pensamiento político. Es, a su vez, la condición de vida de esa construcción imaginaria que los sociólogos denominan la sociedad. Allí, donde desaparece la diferencia entre el mundo del pensar y el del actuar, desaparece la política y así el Estado ya no será de todos sino todos seremos del Estado. Habiendo perdido la condición política, dejamos objetivamente de ser ciudadanos y con ello nos convertimos en seres banales. Y si somos banales, todos nuestros actos, incluyendo nuestras maldades, serán banales. Es el sentido original de la banalidad del mal; pero las innombrables maldades de los seres demoníacos no habrían podido jamás cometerse si no hubiesen contado con la colaboración de multitudes de seres banales.

Han sido 18 años en los cuales una masa se ha convertido en banales sujetos que aceptan el dictamen del Amo para así sostener una forma de goce, un goce que es válido sólo para aquel que está del lado del Amo ¿Qué nos espera ante este conflicto social y económico, en donde vemos cada día la partida de nuestros seres queridos, de nuestros profesionales, de nuestros amigos en busca de una vida diferente en donde sea posible ser libres de su goce, no estar marcado por un goce colectivo en donde se quiere a todos iguales?

¿Qué nos espera como psicoanalistas si no podemos lograr recuperar nuestros derechos políticos, nuestras libertades individuales ante un sistema que sólo busca el control total y absoluto para seguir sosteniendo lo ya construido, un poder donde el narcoestado impera sobre la política, un sistema que dicta leyes contra el odio y que lo practica como una forma de goce de discurso?
 


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